Más allá del discurso único

macbride-coverPor Esther Sanz

Es más que sabido que los medios de comunicación y los profesionales de la información juegan un papel determinante en la generación de una imagen social de la inmigración en general y de las diferentes minorías étnicas en particular en la ciudadanía, siendo de vital relevancia su papel en la contribución para evitar el desarrollo de la xenofobia, el racismo y la intolerancia que tienen en estos colectivos sus principales víctimas. En 1980 se publica el conocido Informe MacBride, elaborado por la Unesco, que venía a poner la piedra fundacional de cómo democratizar el sistema de medios controlado por el Norte para dar cabida a discursos alternativos, que permitieran la construcción y difusión de narrativas elaboradas desde lo local. Esto no fue posible por falta de financiación, entre otras cuestiones, y su fracaso se convierte en un hecho fundamental y muy significativo para entender la situación en la que nos encontramos ahora.

Actualmente podemos localizar dos cuestiones claves que inciden directamente en el discurso que impera a través de los medios de comunicación. Por una parte, coexisten dos formas de entender el término comunicación. Una de ellas, que es la mayoritaria, la reduce al «acto de informar, emitir o transmitir»; la segunda, la más antigua y que coincide con el espíritu del mencionado Informe MacBride, es aquella que supone «diálogo, intercambio, relación de compartir y reciprocidad». La primera y dominante manera de comunicar conlleva a contar siempre una única historia de los hechos, la vendida comúnmente como «la verdadera». Por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, existe una insistente percepción de oposición entre el «nosotros» y los «otros» que abre camino a todo tipo de categorizaciones, estereotipos y prejuicios que alimentan la discriminación y rechazo al diferente.

Para las entidades sociales que trabajan en el ámbito de la inmigración resulta muy difícil desmontar un discurso dominante sobre la realidad migratoria, el cual aparece en los medios de comunicación muy simplificado y se traduce en varias prácticas informativas que se repiten hasta la saciedad como mantras. Se sigue hablando de la inmigración como un «fenómeno», como algo puntual de la historia de nuestro país, aunque es ya una realidad que se ha ido asentando desde hace más de tres décadas. También se sigue relacionando la inmigración con la entrada clandestina en el país (pateras y saltos a las vallas de Ceuta y Melilla), cuando este escenario representa un aspecto ínfimo de la situación de la mayoría de personas extranjeras que residen en España. El inmigrante suele presentarse como mera mano de obra, es decir, como una persona que sólo se ha trasladado a España para mejorar su situación socioeconómica y que, por tanto, no pretende echar raíces en el país de acogida. Así, sigue apareciendo como «el otro» y no como alguien que ya forma parte de nuestro tejido social y que participa activamente en él.

Con demasiada frecuencia, la persona inmigrante es victimizada ya que se la muestra como alguien que ha caído en las redes de traficantes, no como alguien que ha tomado la decisión de migrar y que busca los recursos para lograr su objetivo. Paradójicamente, también suele ser criminalizada, acusándola de poner en peligro el bienestar de las personas autóctonas, ya sea amenazando el mercado laboral, saturando los servicios, imponiendo sus costumbres o siendo un factor de riesgo para la seguridad, ya que se la vincula con la delincuencia y/o el terrorismo. En ninguno de los dos casos, la persona inmigrante aparece como una interlocutora válida, de forma que no es sujeto del discurso y siempre se habla en su nombre o sobre ella. Puesto que las personas inmigrantes siguen concibiéndose como «el otro» no se suele esperar de ellas que opinen sobre temas que no estén estrictamente vinculados con la inmigración, ya que no se ha normalizado su participación en todos los ámbitos de la vida social.

Por lo tanto, teniendo en cuenta lo anterior, el reto actual es doble. Por un lado hay que desarrollar y potenciar, como alternativa a los discursos imperantes, los medios comunitarios desde los espacios locales que verdaderamente activen la participación y contaminen a la ciudadanía para que se integre en los debates y discursos. Estos medios son los que contribuyen a poner la semilla que signifique ser un altavoz que amplifique todas las voces existentes, ya que sin el activo social no se puede pensar en lo global.

Por otro lado, las entidades sociales deben convertirse, a través de su trabajo, en fuentes de información para generar discursos nuevos, diferentes, que pongan el acento en la ciudadanía, en la capacidad y el derecho de todas las personas a influir en la vida pública y que no sea meramente defensivo ni que se limite sólo a desmontar los mitos negativos que afectan a la población inmigrante. En definitiva, que los discursos generados por las distintas entidades sociales formen parte de la agenda de los medios de comunicación.

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